Desde
mi trinchera
Sofía
Argüello Pazmiño
El
sociólogo Jeffrey Weeks construyó una valiosa categoría de análisis, la de momento político del sexo. Durante mi trayectoria
académica, he investigado los procesos de politización del género y la
sexualidad identificando, precisamente, cómo se han producido históricamente momentos políticos del sexo. He podido
rastrear cómo se han politizado las luchas, cómo se han politizado identidades,
cómo se han interpretado y construido las prácticas y los discursos políticos
de los actores sociales, cómo se han consolidado las dinámicas estatales en
torno al sexo. En estas búsquedas, los hallazgos no han sido solo académicos
sino también, y sobre todo, han sido aprendizajes políticos.
En
Ecuador, en otros países de la región y a nivel mundial, se han estado
produciendo avalanchas conservadoras y reaccionarias que han desatado y siguen
desatando shocks morales sobre lo
permitido, lo aceptado, lo correcto, lo prohibido de la sexualidad y de las
relaciones entre hombres y mujeres. Con el slogan de “combatir la ideología de
género” varios actores sociales han desacreditado las históricas y sustanciales
luchas de las mujeres, de las organizaciones LBGT, de los movimientos
feministas, de las feministas. Han promovido espacios de discriminación y odio,
han invisibilizado la diversidad de los modos de vida, han demarcado las
agendas políticas y sociales de los Estados, han reproducido las desigualdades,
han fortalecido los fundamentalismos religiosos, han suscitado espejismos sobre
la trayectoria crítica de las teorías feministas, entre otros tantos efectos.
Frente
a esta avalancha de agrupaciones, organizaciones y agendas conservadoras, y
frente a los mecanismos organizativos y políticos que de ahí se desprenden y
edifican, quienes estudiamos la política de la sexualidad y las relaciones de
género, y quienes creemos -en términos políticos- en la justicia social y en la
justicia sexual (este último
término construido analíticamente por
Gayle Rubin), estamos llamados a disputar los sentidos interpretativos a través
de los cuales se va consolidando y reafirmando aquello que muy acertadamente
Foucault llamó la verdad del sexo. Porque
lo que precisamente se combate, se debe combatir -en las aperturas y cierres de
las estructuras de oportunidades políticas- son los sentidos comunes, las verdades
funcionales a lógicas de poder, que rigen las formas de entender y vivir la
sexualidad y las relaciones sociales entre los sexos. Suena sencillo pero no lo
es.
Primero,
nos enfrentamos a una estampida reaccionaria de múltiples actores que tienen
claro -en esta coyuntura- que el problema es el espectro de “la ideología de
género”. Con la frase “ideología de género” se invisibiliza la complejidad, se demarca
simbólicamente un campo en disputa. Se instaura un pánico moral en contra de posiciones progresistas.
La
“ideología de género” es el “problema” de la violencia hacia las mujeres. La “ideología
de género” es el “problema” del fomento de la educación sexual “pervertida”. La
“ideología de género” es el “problema” de la homosexualidad. La “ideología de
género” es el “problema” de la “desintegración familiar”. La “ideología de
género” es el “problema” de la “promoción” del aborto”. La “ideología de género”
es el “problema” de las nuevas paternidades. La “ideología de género” es el “problema”
del Estado que intenta promover derechos. La “ideología de género” es el cuco
de la sociedad.
Pero
nosotras, quienes creemos en la justicia sexual, debemos disputar esos
sentidos. Interpelar. Debemos tener claro quiénes son los actores y las voces
que promueven estas arremetidas en contra de las agendas progresistas forjadas
en años de luchas. Y no solo que debemos mapear contra quiénes estamos combatiendo,
sino reflexionar fuertemente qué estamos haciendo, cómo estamos construyendo conocimiento,
agendas y alianzas.
Segundo,
nos enfrentamos a desmitificar un
gran fantasma: el fantasma del feminismo, que aparece como el espectro de la “ideología
de género” o del género, a secas. Debemos, una vez más, reivindicar al
feminismo, y buscar llegar con esta agenda a un público amplio, diverso. Lo
hemos hecho. Lo tenemos que volver a hacer. Hay que buscar una base societal
sólida a quien interpelen y lleguen los postulados teóricos y políticos
feministas, que muchas de nosotras hemos masticado por años. Las feministas
podemos llegar a ser muchas, sí, pero ¿cómo estamos construyendo lo que Weeks
denomina momentos de transgresión? ¿Cómo estamos desmitificando al gran fantasma? ¿Quiénes son o deberían ser
nuestros interlocutores antagónicos y nuestras redes de base? En este punto las
estrategias no son simples. El fantasma del feminismo, vestido de “ideología de
género”, deambula por el Estado, ronda por las universidades, vive en las
iglesias, pasea libremente por los medios de comunicación, se reproduce a nivel
transnacional y, por supuesto, legitima las desigualdades sociales y mantiene
su desigual esquema de estratificación sexual. Hay que exorcizar ese fantasma,
y mostrar su rostro incluyente, firme, pero orientado a la justicia y a la
garantía y extensión de derechos.
¿Qué
hacemos? Podemos tratar de subvertir los órdenes microsociales a través de
instaurar una pedagogía feminista en nuestras casas, con nuestros/as hijos/as,
con los miembros de nuestras familias ampliadas, con nuestros estudiantes, con
nuestros amigos, con nuestras colegas. Podemos tratar de subvertir el orden
construyendo organizaciones que promuevan la justicia. Podemos realizar lobby
político con actores y estancias estatales. Podemos llegar a ser decidoras de política
pública. Podemos aparecer en los medios de comunicación, podemos salir a
protestar en marchas, podemos realizar investigaciones rigurosas, podemos
enrojecernos de la ira y enceguecernos por no saber cómo entender qué demonios
pasa con el mundo, y aun así, no será suficiente. El estigma contra el
feminismo seguirá rondando, y aparecerá como un malicioso espíritu enmascarado
en la “ideología de género”, capaz de minar la cohesión social y con pretensión
de clausurar y minimizar agendas contra la violencia, contra la exclusión,
contra la discriminación. Para desmitificar el feminismo -los feminismos-,
revalorizarlo y entenderlo como una ética política en torno a la justicia, el
camino aún sigue siendo sinuoso. Y los espacios para ello deben ser, como
siempre, abiertos.
Finalmente,
quiero situar la exposición de las puntualizaciones anteriores en el marco del panel
“Género, desmitificación y parentalidad:
complejizando el debate” que se realizará en Flacso-Ecuador el próximo 25 de
octubre y al cual he sido invitada. La difusión e invitación al panel
provocaron varias posiciones encontradas que no las voy a detallar aquí, pero que
ejemplifican el agudo campo conflictivo en torno a los momentos políticos del sexo que estamos viviendo en Ecuador y cuyos
ecos recorren América Latina. Acepté la invitación y participaré en el evento
porque considero importante debatir, disputar, analizar. Como socióloga, como
feminista, como ciudadana, me veo avocada a desmitificar el fantasma del feminismo,
desde mi trinchera.
Referencias:
Foucault,
Michel, 2007, “El sexo verdadero”, en Foucault, Michel, Herculine Barbin.
Llamada Alexina B., Talasa, Madrid, pp. 9-20.
Rubin,
Gayle, 1989, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la
sexualidad”, en Vance, Carole (comp.), Placer y peligro. Explorando la
sexualidad femenina, Revolución, España, pp. 113-190.
Weeks, Jefrey, 2002,
“The Sexual Citizen”, en Ken Plummer, editor, Sexualities. Critical Concepts
in Sociology, Vol. IV, Routledge, New York, pp. 363-381
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