Palabras
Sofía Argüello Pazmiño
Aprendí
a amar las palabras. Las palabras dichas, las que se dicen, las escritas, las
que se escriben, las que se piensan. Encontré en las palabras un universo para
conocer el mundo, para reconocer a los otros, para encontrarme a mí. Las
palabras han sido, y siguen siendo, un elemento constitutivo de mi yo.
Cuando
leo, las palabras me permiten aprender, reaprender, emocionarme, extasiarme,
entristecerme…
Cuando
las escribo, las racionalizo excesivamente. Me tardo, me detengo, las pienso.
No las escribo si no logro conectar argumentos, pero cuando las he
lanzado en el papel y no hay conexión, las
reescribo hasta que tengan orden. Como un puzzle.
Cuando
las digo suele ser más complicado. No siempre podemos detenernos a pensar lo
que decimos. Unas veces suelo ser pausada. Observo. Otras veces no. Disparo
palabras. A quien caiga y como caigan.
Cuando
las pienso me llevan, la mayoría de las veces, por dos caminos. Por un lado, a
ser creativa, estructurada y parir ideas, ideas principalmente ligadas con mi
quehacer académico y profesional. Entonces me tienen a mí pensando las palabras
que voy a decir cuando dicto una clase o una charla, pensando las palabras que
formarán un argumento cuando estoy escribiendo “algo”, pensando en las palabras
que han escrito otros…así. Por otro lado, me llevan a retraerme, a disuadirme,
a distanciarme de la “realidad”. Las palabras me ensimisman y me llevan a una
vorágine de pensamientos de todo tipo, y como laberintos, las palabras hechas
pensamientos, a veces no logran encontrar la salida.
Las
palabras fluyen, se enredan. Son complejas y a la vez sencillas. Las palabras
suenan, tienen formas, colores, texturas.
Las
palabras dan sentido a las acciones, dan sentido a lo que hacemos, a lo que
somos o a lo que pretendemos ser. Las palabras son un vehículo de
inteligibilidad de lo social, y tal vez por eso las ame como las amo. Tratemos
de no usarlas como armas de poder, usémoslas como gramática de convicción.