Autocrítica.
En momentos en los cuales se siguen reproduciendo estructuras de dominación de
género y sexuales, en donde las subjetividades de las mujeres y de los cuerpos
femeninos y feminizados se van transformado y manteniendo a la vez dentro de esas
estructuras. Momentos en los cuales la violencia, la discriminación, la falta
de oportunidades en igualdad de condiciones hacia las mujeres sigue siendo el
devenir cotidiano. Momentos de injusticia, de desigualdad. Es en estos
momentos, los más álgidos, en los que las mujeres, las feministas, nos debemos
detener. A veces nos olvidamos de las genealogías feministas, de los vaivenes
de las teorías críticas feministas, de las complejidades de las luchas feministas
históricamente situadas. A veces nos olvidamos de dónde venimos: de una
vorágine de ideas críticas, de múltiples voces, de diversas lecturas teóricas y
políticas. Nos llenamos el pecho, la boca, el corazón, los puños por combatir al
monstruo del patriarcado, y nos detenemos muy poco por reflexionar,
críticamente, sobre cómo nos hacemos las mujeres, sobre qué hacemos las mujeres
unas por otras.
Hablamos
de luchar contra el patriarcado, hablamos de la sororidad, lo que en su momento
bell hoks llamó críticamente sisterhood (hermandad
entre mujeres), pero no nos detenemos en pensar cuáles y cómo se reproducen las
relaciones de poder en esa llamada “hermandad entre mujeres”, lo que conlleva cuestionar,
otra vez volviendo a hooks, en la existencia de una “opresión común” hacia
todas.
Autocrítica
¿Cómo ejercemos poder las unas hacia las otras? ¿Cómo minimizamos o maximizamos
los intereses individuales y colectivos de unas mujeres por sobre otras? ¿Cómo
la “opresión común” se activa en desmedro de la exclusión de otras mujeres?
¿Podemos hablar de sororidad, de sisterhood,
cuando las relaciones de poder también atraviesan las configuraciones
situacionales de las mujeres, de unas mujeres por sobre otras? ¿Cómo podemos
luchar contra el patriarcado, o contra esas estructuras de dominación de género
y sexuales, cuando entre nosotras mismas activamos mecanismos de exclusión, de
desigualdad en nombre de la “hermandad”, de la “opresión común” y en contra de
un único sistema monstruoso que nos devora? Debemos hacer un ejercicio autocrítico
de cómo las mujeres nos devoramos unas a otras. Nos engullimos, nos tragamos. Es
una deuda que le debemos a algunos feminismos, a los feminismos negros, por
ejemplo. No tengamos miedo pensando que “sacar estos cueros al sol”
despolitizaría las luchas en contra del sistema opresor. Es justo volvernos a
mirar al ombligo. Es desde la autocrítica, pública y directa, donde es posible
la politización de nuevas trincheras o de viejas trincheras en otros contextos.
Aún debemos seguir debatiendo.
Sin
embargo, y pese a todo, que nadie nos detenga frente a esa estructura de dominación
que nos mata, nos estigmatiza, nos dice cómo ser madres, invisibiliza nuestro
trabajo o nos paga menos, nos culpabiliza por como vestimos, nos minimiza, nos
violenta en todas las formas posibles. Que nadie nos detenga. Que no detengan
nuestras luchas, nuestras reivindicaciones. Desde esas luchas invisibles hasta
las más manifiestas. Que nadie nos detenga los gritos, las lágrimas, las
sonrisas, los sueños. Que nadie nos detenga, ni nosotras mismas.