lunes, 22 de abril de 2013

Las vidas que importan, los muertos que importan



Las vidas que importan, los muertos que importan

Sofía Argüello Pazmiño

Hace 12 años tuve la suerte de conocer a Judith Butler, filósofa conocida por sus aportes (post)feministas y por sus textos “El género en disputa” y “Cuerpos que importan” (entre otros). La suerte, azarosa como suele llegar, vino a mí una tarde de invierno cuando caminaba junto a Edison -mi pareja- por las calles de Manhattan. En nuestra obsesión por ir a bibliotecas, librerías y universidades, y después de haber caminado una y otra vez por la 42,  llegamos por casualidad a CUNY (The City University of New York). Entramos y poquísimos minutos después el ojo clínico de mi acompañante se encontró con un pequeño cartel pegado sobre una pared de la universidad. El pequeño cartel anunciaba “The Judith Butler Lecture” el 5 de diciembre a las 18h00. Nos despabilamos rápidamente y nos dimos cuenta que no solo era 5 de diciembre sino que faltaban tan solo 20 minutos para las 6 de la tarde. Seguimos las indicaciones y buscamos el auditorio donde Butler se presentaría. Como en todo evento académico había una mesa de registro, volantes con información de la “Lecture”, una mesa con libros de la autora, etc. Y como era de esperarse, para una conferencia magistral de ese tipo, había cientos, cientos de personas esperando entrar. Como la suerte siempre llega en todo su esplendor -sino no sería suerte- encontramos un par de asientos en la segunda fila del auditorio (o sea cerquitita de Butler). Mucha gente se quedó fuera.
En fin, no quiero que crean que estoy tratando de “presumir” sobre  la suerte que tuve de conocer a Butler. Quiero tratar de especular brevemente, a través de sus reflexiones, sobre los últimos acontecimientos ocurridos en Boston (de los que hemos sido bombardeados mediáticamente estos días) y sobre de los actos de violencia y de las vidas/muertes de las que no se hablan.
No lo señalé antes, pero aquella tarde/noche de invierno cuando conocí a Butler, era una tarde de diciembre en la que corría el año 2001. Aún se podía percibir en Manhattan un extraño olor a quemado, aún se podían ver las ruinas del World Trade Center y aún se podían observar los llantos a los muertos del “atentado” del 11 de septiembre y los interminables “altares” que se edificaban en la “zona cero” con fotos, velas, flores. En ese contexto, la conferencia de Butler era un llamado a pensar. La llamó “Violencia, luto y política”. En ella se preguntaba “¿quién cuenta como humano?”, “¿las vidas de quién cuentan como vidas?” y “¿qué hace que una vida sea digna de llorarse?”[1].  Las preguntas podían haber sido “crudas” para la situación específica que vivía Estados Unidos y Nueva York. Pero ella las lanzó serena pero a la vez tajante, provocadora, crítica, de manera inteligente y lúcida. ¿Por qué las vidas de los muertos del WTC, se preguntaba Butler, sí contaban como vidas y eran dignas de llorarse? ¿Por qué no otras?  Desde allí Butler ha seguido desarrollando esta reflexión, la misma que está estrechamente articulada con las preguntas de su libro “Cuerpos que importan” y el desarrollo de sus debates con los feminismos. ¿Qué hace que unos cuerpos importen más que otros? ¿Por qué unos cuerpos importan más que otros? ¿Qué cuerpos importan?
Por supuesto, no hay una línea divisoria entre qué cuerpos importan y qué vidas importan, porque el cuerpo es la materialidad de la vida. En este contexto, me ha resultado incómodo el seguimiento mediático sobre las bombas activadas “supuestamente” por dos hermanos chechenos, uno de ellos asesinado por ser un presunto “sospechoso” y cuya vida no importa, no es llorada, no tiene valor. El otro joven, que se encuentra detenido y gravemente herido, esperará que se le aplique la pena de muerte. Anoto este ejemplo porque lo hemos seguido en los últimos días, pero lo que es importante subrayar es que todos los días hay vidas que importan más que otras.
Hace más de una semana, por poner otro ejemplo, un famoso caricaturista ecuatoriano realizó una caricatura, publicada en facebook, sobre el posible debate legislativo para sancionar el “feminicidio” en Ecuador. En la caricatura se preguntaba por qué sancionar el feminicidio si todos somos seres humanos y cualquier tipo de asesinato es una muerte y una pérdida. Mi primera acción se concentró en las ganas de responderle lo siguiente: “Si cualquier tipo de asesinato es una pérdida, porque todos somos seres humanos, por qué aún se sigue tipificado el delito en las legislaciones como homicidio y no como feminicidio?” Pregunta estúpida y visceral. Pero estoy segura que si hacemos un poco de historiografía tal vez sí encontremos que la tipificación de los homicidios daba más valor a la vida de los hombres que a las de las mujeres. Por supuesto no le respondí. En todo caso me quedé pensando por qué hay contextos y momentos históricos, que “extrañamente” han estado sostenidos en el tiempo, en los que las vidas/muertes de muchas mujeres no cuentan como vidas/muertes y no son dignas de llorarse. Si se requieren leyes que sancionen los feminicidios es precisamente porque durante siglos las vidas y las muertes de las mujeres asesinadas no tuvieron valor, no fueron sancionadas por el hecho de ser  nuda vida, siguiendo a Agamben, o porque las regulaciones del  biopoder, siguiendo a Foucault, no han permitido sacar a luz la múltiples formas de violencia que vivimos las mujeres cotidianamente. Los feminicidios dejan entrever tipos específicos de asesinatos ejecutados por el simple hecho de que la víctima es una mujer. Por otro lado, si se requieren leyes que garanticen las vidas de las mujeres en la práctica del aborto es porque las vidas de las mujeres no han importado. Siempre se ha sobrevalorado y otorgado “vitalidad” al embrión por sobre las vidas caminadas de las mujeres, y las muertes de las mujeres por abortos no seguros no han importado. Esas vidas no han sido dignas de ser vidas y no han sido dignas de llorarse.
Ejemplos sobran.
Sin embargo, lo que quisiera dejar anotado para la reflexión, es que cada vez que nos dejemos “llevar por la pena” de saber muerto a alguien cuya vida sí parece importar, pensemos en las vidas que no se lloran y en los seres humanos que, al parecer, no cuentan como humanos.
Mi hija Renata siempre dice que los seres humanos somos polvo de estrellas. Pero para los seres humanos, desafortunadamente, no es lo mismo ser una estrella, una estrellita, una ESTRELLA o un/a desafortunado/a estrellado/a en medio de un mundo que jerarquiza la vida y la muerte, que regula qué vidas importan y qué muertes importan…



[1] Si quieren leer  la conferencia chequen la Revista Iconos No. 17, septiembre de 2013, Flacso-Ecuador. Edison le pidió el borrador de su conferencia a Butler después de su presentación, posteriormente la tradujo y la publicó en la Revista Iconos en la cual fue editor.

domingo, 21 de abril de 2013

¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza con respecto a la cultura?

http://es.scribd.com/doc/11364907/Sherry-B-Ortner-Es-la-mujer-con-respecto-al-hombre-lo-que-la-naturaleza-con-respecto-a-la-cultura

Otro texto clásico. Esta vez de la antropóloga Sherry Ortner.

Lectura recomendada: We're Not Barbie Girls: Tweens Transform a Feminine Icon, Louise Collins, et. al.

http://muse.jhu.edu/journals/feminist_formations/v024/24.1.collins01.html

En el link pueden bajar la versión en PDF


viernes, 19 de abril de 2013

La heterosexualidad obligatoria, Adrianne Rich

Otro texto clásico. Esta vez de Adrianne Rich, destacada feminista que murió el año pasado.
"La Heterosexualidad Obligatoria y la Existencia Lesbiana", una discusión indispensable para reflexionar sobre la diversidad de las mujeres y la diversidad sexual.

http://es.scribd.com/doc/48505260/ADRIENNE-RICH-Heterosexualidad-Obligatoria-y-Existencia-Lesbiana

jueves, 18 de abril de 2013

Recomendación editorial: “Lejos de tus pupilas”. Familias transnacionales, cuidados y desigualdad social en Ecuador, de Gioconda Herrera.


El texto examina la dinámica social de familias transnacionales en Ecuador y España. Se estudian las prácticas que se establecen entre las familias, de uno y otro lado del proyecto migratorio, en torno a la organización social de los cuidados. Este término, tomado de la economía y sociología feministas, se refiere a la gestión y mantenimiento cotidiano de la vida de las personas e involucra materialidad y afecto a la vez.
http://www.flacso.edu.ec/portal/publicaciones/detalle/lejos-de-tus-pupilas-familias-transnacionales-cuidados-y-desigualdad-social-en-ecuador.4020

Bajo los ojos de occidente . Academia Feminista y discurso colonial, Chandra Talpade Mohanty T rad.

"Bajo los ojos de occidente", un texto clásico de Chandra Mohanty para nunca olvidar las diferencias de las mujeres y los lugares "privilegiados" desde donde algunas podemos hablar.

http://portais.ufg.br/uploads/16/original_chandra_t__mohanty__bajo_los_ojos_de_occidente.pdf

miércoles, 17 de abril de 2013

La socialización de las desigualdades y los estereotipos de género



Cuando era niña me gustaba jugar a “la comidita”, me gustaba jugar con “las barbies”, tenía una profunda obsesión, que aún la sigo teniendo, con las alhajas y los zapatos de mi abuelita y con los de mi madre. Cuando jugaba a “la comidita”, y me ponía de mal humor por jugar sola, mi abuelita enviaba a su “empleada doméstica” –siempre una muchacha indígena- a que jugara conmigo. Solo hasta llegada la adolescencia pude tomar conciencia de estos episodios, y muchos de esos recuerdos de mi primera socialización me llevaron a estudiar el bachillerato en ciencias sociales en el colegio y posteriormente la carrera de sociología en la universidad. También me condujeron a declararme feminista avanzados ya mis veinte y tantos años.
Si bien me gusta cocinar, y dicho sea de paso, lo hago bien; y si bien sigo adorando los zapatos y las alhajas, mi aversión con los juegos de “la comidita” y “las barbies” tienen explicaciones profundas. No hay nada de malo en el hecho de cocinar o de jugar con muñecas, hasta que uno se da cuenta de las formas de reproducción social desiguales y excluyentes que eso significa. Jugar a “la comidita” no significaba jugar a escenificar “ser chef”, sino a escenificar “ser madre abnegada”, “ama de casa a tiempo completo”, “subordinada al espacio reproductivo” cuyo trabajo no es remunerado ni reconocido. Lo que es peor, en algunos casos significaba tener a alguien -por supuesto una mujer- que en ausencia de la mujer de “la casa” cumpla ese trabajo, reproduciéndose así no solo desigualdades de género, sino además de clase y muchas veces étnicas. El juego de “las barbies” tiene también su historia que contar. Este juego casi siempre era un juego entre primas, y aunque todas teníamos similares capitales sociales, culturales, económicos acumulados, este juego sacaba a flote emociones perversas. Desde las terribles competencias por quién tenía la barbie más “bonita”, quién tenía más barbies, quién tenía la mayor cantidad de ropa para vestirlas, el carro, la casa, la piscina, el Ken. Ya en las historia que armábamos para los juegos nos peleábamos por quién iba a ser la periodista (presentadora de televisión), quién iba a tener el Ken (porque eran escasos), es decir, quién iba a tener novio. Nos peleábamos, cual novela mexicana o venezolana, por quién iba a ser “la pobre” y quien “la rica”, quien la exitosa y quien la caída en desgracia. En fin…
Tomando en cuenta esta breve descripción de mi socialización primaria, y mis cuestionamientos a estos mecanismos de reproducción de las desigualdades, siempre estuve alerta de tomar cautela cuando le llegara el momento a mi hija de enfrentarse a estos juegos estereotipados. En casa la tarea fue sencilla. Libros en lugar barbies, juegos en el parque, un hula-hula, varios pares de zapatos deportivos para que juegue a las cogidas (bull dog como lo llaman en México), un wii con juegos diversos, alguno que otro peluche de gato, varias, pero varias cajas de colores, hojas y pegamento para sus “obras de arte”, clases de natación, clases de artes circenses, entre otras. Pero lo que uno no puede controlar como madre o padre, de manera directa, son las formas de socialización en la escuela. Aunque Renata está en una escuela “no tradicional” esto no le quita que en ella no se reproduzcan estereotipos sociales. Es más, es el papel del sistema escolar mantener y producir estas brechas de desigualdad por más “activa” y “alternativa” que sea (Y ojo que la escuela nos encanta!). Sumado a ello, la escuela de mi hija permite que los niños y las niñas lleven juguetes  (siempre que no los utilicen en el salón de clase). En este contexto, hace unos meses Renata llegó con la novedad de que varias de sus amigas estaban llevando a la escuela unos muñecos llamados “neonatos”. Me dijo que eran unos peluchitos pequeños. Le prometí que los buscaríamos. Un par de días después, preguntamos en una juguetería sobre el famoso muñeco y nos respondieron que lo vendían en la tienda “Distroller”. Le pregunté a la encargada en dónde quedaba esa tienda y me dijo que la más cercana estaba en un gran centro comercial del sur de la Ciudad de México. Dejé en suspenso la búsqueda. Pasaron los días y Renata me explicaba, en distintos momentos de nuestras conversaciones cotidianas, que el famoso “neonato” tenía un certificado de nacimiento, biberón, ropa, pañal, colonia, jarabe para la tos y que, en la tienda donde lo vendían, le “ponían las vacunas” y le daban su “carné de inscripción”. Le pregunté insistentemente si se trataba de un muñeco que se asemejaba a un bebé humano y todas las veces me dijo que no. Luego le pregunté si conocía la famosa tienda “Distroller” y me dijo que no la conocía, porque nunca habíamos ido allí, y que lo único que sabía de ella era que es la tienda de las estampitas de “virgencita plis”. Para mí ese último detalle me sonó como mal indicio. Sucede que por todo México circula la imagen infantilizada, caricaturizada y colorida de la virgen de Guadalupe en estampas, pulseras, camiseta, cuadernos y mil cosas más. Todos estos objetos tienen la imagen de la virgen con pedidos de favores.  Leyendas tales como: “virgencita plis, cuida mi laptop”, “virgencita plis que Juanito me dé una oportunidad”, “virgencita posfis mándame más lana (plata/dinero)”, etc., etc., etc. Con este mal presagio llegamos un sábado a la tienda. Estaba llena de madres y niñas que compraban el famoso “neonato”. Cada niña pedía un nuevo accesorio, una vacuna, un nuevo muñeco. Renata recorrió la pequeña tienda y yo pregunté el precio de los famosos muñequitos. Cada uno (que no miden más de 15 c.m) costaba 500 pesos (alrededor de 45 dólares). Renata y yo seguimos observando. Después de unos minutos salimos de la tienda y le pregunté si le gustaba el muñeco y por qué. Me dijo que si le gustaba el muñeco (que parecía peluche y que por eso le gustaba), pero que no le gustaba porque se le tenía que dar el biberón o la papilla. Aproveché esa reflexión de Renata para meter mi cuchara. Le dije que si no le parecía extraño que deba cuidar algo como si fuese humano o un ser vivo cuando no lo es. Se quedó pensando y luego me dijo que sí, y que a ella no le parecía “chévere” pasar todo el recreo de la escuela jugando a cuidar a un “neonato” cuando podría ir a jugar y divertirse de otras maneras con varias niñas pero además con los niños. Aproveché nuevamente  estás reflexiones y le dije a Renata que no le iba a comprar el muñeco porque me parecía cierto que, teniendo tantas cosas a qué jugar en el recreo con sus amigas, pero además con sus amigos, sería infructuoso tenerlo. Pero además insistí en decirle que existe toda una industria de juguetes, como “Distroller” que se enriquecen vendiendo juguetes que solo refuerzan los estereotipos sobre las mujeres, y que más allá del negocio que el neonato representa, estaba mi profunda adversidad por juguetes que obligan a las niñas a fortalecer estereotipos en torno a los roles sociales que las mujeres debemos cumplir (este último punto es un eje de discusión que he tenido con Renata desde que tiene uso de razón y me preguntó por qué no le compramos barbies, por ejemplo). Renata ya conoce y comprende todo esto, y lo ha naturalizado. No insistió en que le compre el famoso muñeco y decidió llevar a su escuela un pequeño osito de peluche llamado “Sr. Huevitos”. Muchas veces me pongo a pensar en lo difícil o no que podría resultar para Renata socializar con sus amigas cuando ella no tiene un “neonato”. Algunas veces he pensado en comprarlo, pero me he detenido porque sería dejar abierta una hendidura para invertir todo lo que hemos logrado con el tema de qué juguetes y qué tipos de juegos están permitidos. De todos modos, sigue siendo difícil, y hasta tonto,  impedir que los niñas y las niñas sigan jugando juegos que imiten los estereotipos de género, porque es de esa manera que se siguen reproduciendo y manteniendo las desigualdades sociales.