La lactancia como política de
Estado y como “continuum lésbico”: ¿Por qué no?
Sofía Argüello Pazmiño
Hace
unos días el Gobierno del Distrito Federal lanzó la polémica campaña “No le des
la espalda, dale pecho” para incentivar y promover la lactancia materna. La
campaña no solo está acompañada por slogan antes mencionado; si no también por imágenes
de actrices y deportistas mexicanas con el frente de sus cuerpos semi desnudos.
Una franja blanca con el slogan cubre sus senos.
Varias
interpretaciones a favor y en contra han salido al debate público. Que si las
mujeres tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, que por qué nos
escandalizamos de algo tan natural como dar de amamantar, que hay que concientizar a las mujeres que
creen que por dar de lactar a sus hijos/as perderán su figura, que por qué
opinan las mujeres que no son madres (biológicas), que el derecho de los bebés
es alimentarse de leche materna, que la leche materna no cuesta nada, que la leche de fórmula no le brinda a los/as
niñas/os todos los nutrientes, que el Estado debe promover bancos de leche,
etc., etc., etc.
En
fin, no me quiero detener en ahondar cada cometario que circula. Solamente quisiera
trata de reflexionar en voz alta en una relación analítica que ha motivado parte
de mi trabajo académico: la relación entre género, sexualidad y Estado. Como se
podrán imaginar los lectores/las lectoras la relación es muy compleja y no voy
a detenerme aquí en desentramar esa
complejidad. De lo que se trata es de entender esta relación como luchas por
marcos de sentidos, por marcos interpretativos que distintos actores (incluido
el estado) ponen en juego en el campo social y político. Sumado a ello debemos entender que en esa
arena de conflicto se pone a prueba la “condición” y los “roles” más “naturales”
y naturalizados de los seres humanos: el género y la sexualidad.
Pongamos
algunos ejemplos que no sean necesariamente el de la lactancia materna (pero al
que llegaremos). Cuando se pone en debate el matrimonio igualitario se está poniendo
en discusión no solo la ampliación de derechos hacia parejas del mismo sexo, sino
también se está modificando la estructura social en torno al matrimonio y a la
familia. De hecho, yo no “creo” en el matrimonio como mecanismo para legitimar
el compromiso entre dos (o más) personas. Muchos sabemos que el matrimonio es la
argucia legal y estatal que da paso de la tutela del pater de familia a la tutela del Estado. Sin embargo, a pesar de
que muchos no creamos en la matrimonio, y hayamos decidido no casarnos pero sí
vivir “comprometidos” con nuestra pareja, no es menos cierto que el matrimonio
garantiza derechos que solo pueden existir con la legitimidad del contrato
(matrimonial). Por lo tanto, es importante que al abrir el paraguas para el
matrimonio igualitario abramos posibilidades para cambios en las estructuras
sociales (y mentales) y para la garantía de derechos.
Lo
mismo sucede con la despenalización del aborto. Encontramos distintas voces disidentes.
Tú o yo podríamos estar o no a favor de la interrupción legal del embarazo,
pero es un hecho que el Estado debe/debería garantizar la salud y la vida de
las mujeres (por sobre los fetos) que abortan en condiciones clandestinas.
También
existen países con políticas públicas que garantizan la “maternidad/paternidad
asistida” a parejas que por a o b condiciones biológicas no pueden
conseguir un embarazo de manera “natural”.
Asimismo,
existen varios colectivos que han puesto en debate la violencia obstétrica
hacia las mujeres, promoviendo alternativas a los chequeos médicos ginecológicos
“clásicos”, defendiendo y promoviendo el parto natural (debido al alto
incremento de cesáreas innecesarias) y fomentando también la lactancia materna.
Cada
ejemplo tiene que ser contextualizado espacial y temporalmente, y debe ser
analizado a través de las distintas redes de actores y conflictos que operan en
la compleja relación entre lo personal y lo político.
Respecto
a que el Estado fomente o no la lactancia materna, tema que promueve la
reflexión de hoy, uno de los argumentos recurrentes que he escuchado/leído,
principalmente de varias feministas y redes sociales feministas, es que dar de amamantar debe ser una decisión
de las mujeres/madres y que el Estado no debe interceder en esas decisiones.
Por supuesto considero que la lactancia materna debe ser una decisión de las
mujeres, así como debe ser una decisión
de las mujeres - y de los hombres- la interrupción del embarazo, la disposición
de casarse, la elección de decidir cuándo y cuántos hijos/as tener, la elección
de experimentar con la maternidad/paternidad asistida, la decisión de elegir y
defender el parto natural, la decisión de adopción, etc., etc., etc. Hay varios
Estados que avalan esas decisiones “personales” construyendo políticas públicas
que garantizan derechos ciudadanos. También hay luchas y actores sociales que promueven
agendas de reivindicación y procesos de ciudadanización. Las luchas feministas
pusieron y han puesto en debate que “lo personal es político” y así se han
construido agendas políticas y sociales para su beneficio en torno a la
sexualidad (métodos anticonceptivos, elección sobre cuándo embarazarse, decidir
abortar), la erradicación de la violencia (leyes en torno a la violencia intrafamiliar,
tipificación del feminicidio), la antidiscriminación (laborales, religiosas, por
orientación sexual), un sin fin de etcéteras.
Por
ello me disgusta leer y escuchar, con un dejo de incomodidad, esos cometarios
que afirman que lo que más importa por sobre todo son exclusivamente las
decisiones personales de las mujeres (dicho sea de paso individuales e
individualizantes al más sofisticado estilo liberal). Con esto no quiero decir
que estoy a favor de la campaña “No le des la espalda, dale el pecho”, que
reconozco está muy mal producida y los argumentos de su elaboración dan lástima.
Lo que quiero poner en debate es que debemos observar y comprender las
distintas aristas que complejizan el campo social y político (tanto en términos
analíticos como de acción política y lucha social). Soy feminista, creyente
defensora del matrimonio igualitario, de la interrupción legal del embarazo,
del parto natural y de la lactancia materna (entre muchas luchas más!). Hay muchas
mujeres que creemos en la lactancia materna no porque es nuestro “rol natural” como
mujeres/madres sino por un sin número de elementos que condicionan esa
decisión. Yo misma he sufrido muchos episodios de violencia obstétrica a lo largo
de mi vida. Me practicaron una cesárea casi sin mi consentimiento porque el “saber”
médico se impuso por sobre mi decisión, tuve que pagar un seguro privado para
parir porque los servicios de salud pública de mi país no permitían (ni
permiten) que los padres se involucren en el proceso del parto, tuve que vivir
el dolor de amantar y tuve que botar al sistema de alcantarillado de la ciudad onzas
y onzas y onzas de leche (onzas que se convertían en litros) porque no sabía si existía o no un banco de almacenamiento
en el cual yo pudiese dejar la leche que me sobraba para que se alimenten otros
niños/as y no solo mi hija. ¿Por qué no el Estado puede construir políticas
públicas en torno a la lactancia materna?
Colofón
Para
finalizar quiero dejar señalado un punto. Las desigualdades sociales naturalizadas
expresadas en el género, la sexualidad y el cuerpo deben ser desesencializadas,
deconstruidas, desentramadas. Es cierto que el género es construcción social,
pero nuestros cuerpos también son biología. Dejé de creer que soy pura
construcción cuando tomé conciencia de mi cuerpo en mi periodo de embarazo. La construcción
de género no pudo con las náuseas, el cansancio, el agotamiento, la falta de
calcio, la pérdida de cabello, el dolor de espalda, la falta de sueño, el
aumento del deseo sexual, la irritabilidad, la hinchazón de pies, etc., etc.,
etc. Tuve que reconocer mi biología. No para (re)naturalizar desde ella mi posición
social en el mundo, si no para valorar y sacar provecho de esa biología en/desde
el mundo social. Decidí amamantar a mi hija hasta cuando cumplió un año y seis
meses no solo porque estaba convencida de que yo misma podía producir el mejor
alimento para ella. Decidí amamantarla no solo porque la lecha materna es un alimento
“barato”. Decidí amamantarla no solo porque quería reivindicar la lactancia
materna. Cuando pasaron los meses el abanico de por qué amamantar a mi hija se
fueron multiplicando. Desde su opción por no querer tomar otra leche que no sea
la mía hasta mi opción política de sacar mis senos en frente de mis colegas que
aún no podían creer cómo una “feminista radical” como yo optó por la maternidad
y la lactancia. Pero más allá de eso decidí amamantar a mi hija porque me retó.
Ella, la niña que aún no tenía nombre, no quiso comer de mis senos por dos días,
sus dos primeros días de vida. Y cuando trataba de hacerlo lo único que sacaba
era sangre de mis pezones. Hasta que al final de una larga tortura lo hizo y
nos conectamos la una con la otra en ese, creía yo, continuum lésbico del que hablaba la Adrianne Rich que leía por
esos tiempos. ¿Por qué no?