miércoles, 24 de septiembre de 2014

A propósito del discurso de Emma Watson en la ONU (Y algunas divagaciones previas)


A propósito del discurso de Emma Watson en la ONU
(Y algunas divagaciones previas)
Sofía Argüello Pazmiño
Para Renata

Es triste, o por lo menos para mí lo fue (y lo sigue siendo en cierta medida). Cuando estudiaba sociología a finales de los noventa, en la Universidad Católica de Quito, contadas personas -o casi nadie-  hablaban sobre los estudios de género.  Mucho menos se hablaba, al menos no en los pasillos y aulas de la facultad, sobre el feminismo y sus alcances políticos y académicos. Recuerdo varios eventos de mi temprana vida universitaria y académica y de mi esquizofrenia entre la sociología y los feminismos. Debo confesar que, al principio,  no sabía nada de nada. Solo recuerdo que no quería ser “una mujer normal” (sin que esto fuese malo per se) como muchas de mis compañeras de aula, de mis amigas, de mis primas, tías, como mi propia madre. Quería tener autonomía, decidir, ser rebelde, pensar, amar y desear sin prejuicios y sin órdenes establecidos. Recuerdo que quería ser socióloga pese a que el entonces director del departamento de sociología no creyera en mí y me haya dicho más de una vez que mejor estudie trabajo social. Quería leer a Weber, a Marx, a Foucault y comprender la complejidad de su pensamiento aunque no haya podido entender al principio de la carrera que decía La ideología alemana o El sujeto y el poder.  
También recuerdo una ocasión, en las tantas y tantas conversaciones que tuve con Edison, que él me preguntó confundido cuáles eran las diferencias conceptuales entre género y feminismo. Me retó, no lo puedo negar. No le contesté, pero me dejó pensando por mucho tiempo. 
Asimismo recuerdo cuando osé presentar una ponencia sobre “Género y democracia” en una mesa de discusión de uno de los Congresos de Sociología. Me recuerdo a mí misma asustada. Más joven que los otros dos expositores que hablaban sobre la democracia y “cosas importantes”, no solo más joven sino también estudiante de la universidad privada, mujer y hablando temas de “mujeres”. Luego fui más atrevida. En un siguiente Congreso de Sociología escribí con una compañera una ponencia titulada “La satanización de los feminismos en las ciencias sociales” y en un tercer encuentro, muy inspirada por Bourdieu, presenté la ponencia “¿Existen machos intelectuales? Entre habitus y prácticas cotidianas”…Jajajajaja!
Tantos recuerdos….
Por supuesto, todas estas pinceladas de mi vida académica construyeron sobre mí el estereotipo de que yo era la que “estudiaba cosas de mujeres”. Puedo decir que, incluso hasta hoy en algunos círculos, se me reconoce menos como una “brillante socióloga” y más como la “muchacha inteligente que estudia género”. En fin, esto significó que en un período corto de mi vida, afortunadamente muy corto, haya renegado y negado ser feminista, porque sí, ser feminista suele ser un estigma! Y dentro de los circuitos académicos a veces se tornan menos importantes los planteamientos de problemas de investigación ligados las desigualdades de género y sexuales, por más que se realicen estudios dentro de campos “importantes” como el Estado, la democracia, los procesos políticos, etc., etc., etc.
Sin embargo, dentro de estos contextos de saber-poder (escuetamente abordados aquí) se esconden otros: los de los “pares” más cercanos. Las que nos decimos feministas somos muchas y muy diversas. Muy diversas. Y las relaciones de poder entre nosotras mismas tienen su complejidad interna ¿Quién es más feminista que quién? ¿Quién tiene (más) derecho a la palabra? ¿Quién habla sobre qué problemas? ¿Quién habla sobre cuáles mujeres? ¿Cuáles son los problemas de las mujeres? ¿Quiénes somos las mujeres en “esencia”? son, entre tantas, preguntas no menores sin acuerdos resueltos (afortunadamente). Y recuerdo siempre a bell hoks y su refrescante crítica sobre la supuesta hermandad de las mujeres y la criticable opresión común que algunos feminismos reivindicaron como bandera de lucha. Es que los feminismos son muchos, señoras, como muchas las que somos feministas desde distintas posiciones. Así que les pregunto, a ustedes compañeras, ¿por qué no puede ser feminista una mujer con tacones y con las uñas pintadas, una madre que no pude asistir a sus talleres de autoconciencia porque debe cuidar a sus hijos pero ella se siente y dice ser feminista? ¿Por qué no puede ser feminista una mujer que no se “empodera” como a ustedes les gustaría que lo haga? ¿Por qué no puede ser feminista una mujer trans? ¿Por qué no puede ser feminista un hombre comprometido? ¿Por qué no puede ser feminista Emma Waston, por qué? ¿Por qué hablan de feminismos ligth, descafeinados, burgueses, coloniales, por qué? ¿Por qué compañeras?
No (re)escencialicemos la lucha y los pensamientos feministas, nunca más! No creamos que los discursos feministas son exclusivos de pronunciar por unas “pocas voces privilegiadas”. Mientras haya una mujer, un hombre, un ser humano que se pare con voz temblorosa o consistente a hablar de feminismos, habremos ganado! Mientras denunciemos, desde cualquier trinchera, las desigualdades sexuales y de género, habremos ganado! Mientras tengamos la valentía de abrir la boca para decir soy feminista, habremos ganado! Porque los feminismos no son solo para “sabiondas”,  no son solo para mujeres “realmente” comprometidas (¿qué es “realmente” el compromiso político”?). Dejen de poner adjetivos “peyorativos” a los feminismos, porque eso simplemente no va! Analíticamente podemos hacer fuertes críticas a distintas pensadoras/es y perspectivas feministas, pero políticamente los feminismos siempre serán transformadores, siempre! Los feminismos no son el monopolio legítimo de los discursos de “unas/as cuantas/as”. Por mi parte gracias Emma Watson por dejarme oírte. No, no eres solo esa chica de “Harry Potter”. No, no eres solo la imagen del perfume que tanto me gusta. No, no solo eres graduada en literatura inglesa en Brown University. Tampoco me representas ni representas necesariamente mi postura feminista. Pero siempre me alegra cuando una mujer se asume como feminista. Me alegra porque recuerdo mis propios miedos por decir “sí, soy feminista y qué!”... Porque esos miedos no son otra cosa que un velo de ignorancia que no nos permite comprender la desigualdad social, aunque la vivamos cotidianamente.

NOTA: Este blog lo dedico a mi feminista favorita: mi hija Renata. Una vez, no hace mucho, me preguntó confundida: “¿Mami, no es cierto que yo soy feminista?” ¿Qué es ser feminista, le respondí?”. Ella me dijo: “Creer que las mujeres somos iguales a los hombres y que podemos hacer todo lo que ellos hacen, como jugar fútbol. Es creer que todos somos iguales”. “Ahí está la respuesta”, le dije. Ella no es Simone de Bauvoir, ni Gloria Anzaldúa, ni Emma Watson, pero sí que sabe de justicia!


martes, 20 de mayo de 2014

La lactancia como política de Estado y como “continuum lésbico”: ¿Por qué no?



La lactancia como política de Estado y como “continuum lésbico”: ¿Por qué no?

Sofía Argüello Pazmiño

Hace unos días el Gobierno del Distrito Federal lanzó la polémica campaña “No le des la espalda, dale pecho” para incentivar y promover la lactancia materna. La campaña no solo está acompañada por slogan antes mencionado; si no también por imágenes de actrices y deportistas mexicanas con el frente de sus cuerpos semi desnudos. Una franja blanca con el slogan cubre sus senos.
Varias interpretaciones a favor y en contra han salido al debate público. Que si las mujeres tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, que por qué nos escandalizamos de algo tan natural como dar de amamantar,  que hay que concientizar a las mujeres que creen que por dar de lactar a sus hijos/as perderán su figura, que por qué opinan las mujeres que no son madres (biológicas), que el derecho de los bebés es alimentarse de leche materna, que la leche materna no cuesta nada,  que la leche de fórmula no le brinda a los/as niñas/os todos los nutrientes, que el Estado debe promover bancos de leche, etc., etc., etc.
En fin, no me quiero detener en ahondar cada cometario que circula. Solamente quisiera trata de reflexionar en voz alta en una relación analítica que ha motivado parte de mi trabajo académico: la relación entre género, sexualidad y Estado. Como se podrán imaginar los lectores/las lectoras la relación es muy compleja y no voy a detenerme aquí en  desentramar esa complejidad. De lo que se trata es de entender esta relación como luchas por marcos de sentidos, por marcos interpretativos que distintos actores (incluido el estado) ponen en juego en el campo social y político.  Sumado a ello debemos entender que en esa arena de conflicto se pone a prueba la “condición” y los “roles” más “naturales” y naturalizados de los seres humanos: el género y la sexualidad.
Pongamos algunos ejemplos que no sean necesariamente el de la lactancia materna (pero al que llegaremos). Cuando se pone en debate el matrimonio igualitario se está poniendo en discusión no solo la ampliación de derechos hacia parejas del mismo sexo, sino también se está modificando la estructura social en torno al matrimonio y a la familia. De hecho, yo no “creo” en el matrimonio como mecanismo para legitimar el compromiso entre dos (o más) personas. Muchos sabemos que el matrimonio es la argucia legal y estatal que da paso de la tutela del pater de familia a la tutela del Estado. Sin embargo, a pesar de que muchos no creamos en la matrimonio, y hayamos decidido no casarnos pero sí vivir “comprometidos” con nuestra pareja, no es menos cierto que el matrimonio garantiza derechos que solo pueden existir con la legitimidad del contrato (matrimonial). Por lo tanto, es importante que al abrir el paraguas para el matrimonio igualitario abramos posibilidades para cambios en las estructuras sociales (y mentales) y para la garantía de derechos.
Lo mismo sucede con la despenalización del aborto. Encontramos distintas voces disidentes. Tú o yo podríamos estar o no a favor de la interrupción legal del embarazo, pero es un hecho que el Estado debe/debería garantizar la salud y la vida de las mujeres (por sobre los fetos) que abortan en condiciones clandestinas.
También existen países con políticas públicas que garantizan la “maternidad/paternidad asistida” a parejas que por a o b condiciones biológicas no pueden conseguir un embarazo de manera “natural”.
Asimismo, existen varios colectivos que han puesto en debate la violencia obstétrica hacia las mujeres, promoviendo alternativas a los chequeos médicos ginecológicos “clásicos”, defendiendo y promoviendo el parto natural (debido al alto incremento de cesáreas innecesarias) y fomentando también la lactancia materna.
Cada ejemplo tiene que ser contextualizado espacial y temporalmente, y debe ser analizado a través de las distintas redes de actores y conflictos que operan en la compleja relación entre lo personal y lo político.
Respecto a que el Estado fomente o no la lactancia materna, tema que promueve la reflexión de hoy, uno de los argumentos recurrentes que he escuchado/leído, principalmente de varias feministas y redes sociales feministas,  es que dar de amamantar debe ser una decisión de las mujeres/madres y que el Estado no debe interceder en esas decisiones. Por supuesto considero que la lactancia materna debe ser una decisión de las mujeres,  así como debe ser una decisión de las mujeres - y de los hombres- la interrupción del embarazo, la disposición de casarse, la elección de decidir cuándo y cuántos hijos/as tener, la elección de experimentar con la maternidad/paternidad asistida, la decisión de elegir y defender el parto natural, la decisión de adopción, etc., etc., etc. Hay varios Estados que avalan esas decisiones “personales” construyendo políticas públicas que garantizan derechos ciudadanos. También hay luchas y actores sociales que promueven agendas de reivindicación y procesos de ciudadanización. Las luchas feministas pusieron y han puesto en debate que “lo personal es político” y así se han construido agendas políticas y sociales para su beneficio en torno a la sexualidad (métodos anticonceptivos, elección sobre cuándo embarazarse, decidir abortar), la erradicación de la violencia (leyes en torno a la violencia intrafamiliar, tipificación del feminicidio), la antidiscriminación (laborales, religiosas, por orientación sexual), un sin fin de etcéteras.
Por ello me disgusta leer y escuchar, con un dejo de incomodidad, esos cometarios que afirman que lo que más importa por sobre todo son exclusivamente las decisiones personales de las mujeres (dicho sea de paso individuales e individualizantes al más sofisticado estilo liberal). Con esto no quiero decir que estoy a favor de la campaña “No le des la espalda, dale el pecho”, que reconozco está muy mal producida y los argumentos de su elaboración dan lástima. Lo que quiero poner en debate es que debemos observar y comprender las distintas aristas que complejizan el campo social y político (tanto en términos analíticos como de acción política y lucha social). Soy feminista, creyente defensora del matrimonio igualitario, de la interrupción legal del embarazo, del parto natural y de la lactancia materna (entre muchas luchas más!). Hay muchas mujeres que creemos en la lactancia materna no porque es nuestro “rol natural” como mujeres/madres sino por un sin número de elementos que condicionan esa decisión. Yo misma he sufrido muchos episodios de violencia obstétrica a lo largo de mi vida. Me practicaron una cesárea casi sin mi consentimiento porque el “saber” médico se impuso por sobre mi decisión, tuve que pagar un seguro privado para parir porque los servicios de salud pública de mi país no permitían (ni permiten) que los padres se involucren en el proceso del parto, tuve que vivir el dolor de amantar y tuve que botar al sistema de alcantarillado de la ciudad onzas y onzas y onzas de leche (onzas que se convertían en litros)  porque no sabía si existía o no un banco de almacenamiento en el cual yo pudiese dejar la leche que me sobraba para que se alimenten otros niños/as y no solo mi hija. ¿Por qué no el Estado puede construir políticas públicas en torno a la lactancia materna?
Colofón
Para finalizar quiero dejar señalado un punto. Las desigualdades sociales naturalizadas expresadas en el género, la sexualidad y el cuerpo deben ser desesencializadas, deconstruidas, desentramadas. Es cierto que el género es construcción social, pero nuestros cuerpos también son biología. Dejé de creer que soy pura construcción cuando tomé conciencia de mi cuerpo en mi periodo de embarazo. La construcción de género no pudo con las náuseas, el cansancio, el agotamiento, la falta de calcio, la pérdida de cabello, el dolor de espalda, la falta de sueño, el aumento del deseo sexual, la irritabilidad, la hinchazón de pies, etc., etc., etc. Tuve que reconocer mi biología. No para (re)naturalizar desde ella mi posición social en el mundo, si no para valorar y sacar provecho de esa biología en/desde el mundo social. Decidí amamantar a mi hija hasta cuando cumplió un año y seis meses no solo porque estaba convencida de que yo misma podía producir el mejor alimento para ella. Decidí amamantarla no solo porque la lecha materna es un alimento “barato”. Decidí amamantarla no solo porque quería reivindicar la lactancia materna. Cuando pasaron los meses el abanico de por qué amamantar a mi hija se fueron multiplicando. Desde su opción por no querer tomar otra leche que no sea la mía hasta mi opción política de sacar mis senos en frente de mis colegas que aún no podían creer cómo una “feminista radical” como yo optó por la maternidad y la lactancia. Pero más allá de eso decidí amamantar a mi hija porque me retó. Ella, la niña que aún no tenía nombre, no quiso comer de mis senos por dos días, sus dos primeros días de vida. Y cuando trataba de hacerlo lo único que sacaba era sangre de mis pezones. Hasta que al final de una larga tortura lo hizo y nos conectamos la una con la otra en ese, creía yo, continuum lésbico del que hablaba la Adrianne Rich que leía por esos tiempos. ¿Por qué no?