A
propósito del discurso de Emma Watson en la ONU
(Y algunas divagaciones previas)
Sofía Argüello Pazmiño
Para
Renata
Es
triste, o por lo menos para mí lo fue (y lo sigue siendo en cierta medida). Cuando
estudiaba sociología a finales de los noventa, en la Universidad Católica de
Quito, contadas personas -o casi nadie- hablaban
sobre los estudios de género. Mucho
menos se hablaba, al menos no en los pasillos y aulas de la facultad, sobre el
feminismo y sus alcances políticos y académicos. Recuerdo varios eventos de mi
temprana vida universitaria y académica y de mi esquizofrenia entre la
sociología y los feminismos. Debo confesar que, al principio, no sabía nada de nada. Solo recuerdo que no
quería ser “una mujer normal” (sin que esto fuese malo per se) como muchas de mis compañeras de aula, de mis amigas, de
mis primas, tías, como mi propia madre. Quería tener autonomía, decidir, ser
rebelde, pensar, amar y desear sin prejuicios y sin órdenes establecidos. Recuerdo
que quería ser socióloga pese a que el entonces director del departamento de
sociología no creyera en mí y me haya dicho más de una vez que mejor estudie trabajo
social. Quería leer a Weber, a Marx, a Foucault y comprender la complejidad de
su pensamiento aunque no haya podido entender al principio de la carrera que
decía La ideología alemana o El sujeto y el poder.
También recuerdo una ocasión, en las tantas y
tantas conversaciones que tuve con Edison, que él me preguntó confundido cuáles
eran las diferencias conceptuales entre género y feminismo. Me retó, no lo
puedo negar. No le contesté, pero me dejó pensando por mucho tiempo.
Asimismo recuerdo cuando osé presentar una ponencia sobre “Género y democracia” en una
mesa de discusión de uno de los Congresos de Sociología. Me recuerdo a mí misma
asustada. Más joven que los otros dos expositores que hablaban sobre la
democracia y “cosas importantes”, no solo más joven sino también estudiante de
la universidad privada, mujer y hablando temas de “mujeres”. Luego fui más
atrevida. En un siguiente Congreso de Sociología escribí con una compañera una
ponencia titulada “La satanización de los feminismos en las ciencias sociales”
y en un tercer encuentro, muy inspirada por Bourdieu, presenté la ponencia “¿Existen
machos intelectuales? Entre habitus y
prácticas cotidianas”…Jajajajaja!
Tantos
recuerdos….
Por
supuesto, todas estas pinceladas de mi vida académica construyeron sobre mí el
estereotipo de que yo era la que “estudiaba cosas de mujeres”. Puedo decir que,
incluso hasta hoy en algunos círculos, se me reconoce menos como una “brillante
socióloga” y más como la “muchacha inteligente que estudia género”. En fin, esto
significó que en un período corto de mi vida, afortunadamente muy corto, haya
renegado y negado ser feminista, porque sí, ser feminista suele ser un estigma!
Y dentro de los circuitos académicos a veces se tornan menos importantes los
planteamientos de problemas de investigación ligados las desigualdades de género
y sexuales, por más que se realicen estudios dentro de campos “importantes”
como el Estado, la democracia, los procesos políticos, etc., etc., etc.
Sin
embargo, dentro de estos contextos de saber-poder (escuetamente abordados aquí)
se esconden otros: los de los “pares” más cercanos. Las que nos decimos
feministas somos muchas y muy diversas. Muy diversas. Y las relaciones de poder
entre nosotras mismas tienen su complejidad interna ¿Quién es más feminista que
quién? ¿Quién tiene (más) derecho a la palabra? ¿Quién habla sobre qué
problemas? ¿Quién habla sobre cuáles mujeres? ¿Cuáles son los problemas de las
mujeres? ¿Quiénes somos las mujeres en “esencia”? son, entre tantas, preguntas
no menores sin acuerdos resueltos (afortunadamente). Y recuerdo siempre a bell
hoks y su refrescante crítica sobre la supuesta hermandad de las mujeres y la criticable opresión común que algunos feminismos reivindicaron como bandera de
lucha. Es que los feminismos son muchos, señoras, como muchas las que somos
feministas desde distintas posiciones. Así que les pregunto, a ustedes
compañeras, ¿por qué no puede ser feminista una mujer con tacones y con las
uñas pintadas, una madre que no pude asistir a sus talleres de autoconciencia porque
debe cuidar a sus hijos pero ella se siente y dice ser feminista? ¿Por qué no
puede ser feminista una mujer que no se “empodera” como a ustedes les gustaría
que lo haga? ¿Por qué no puede ser feminista una mujer trans? ¿Por qué no puede
ser feminista un hombre comprometido? ¿Por qué no puede ser feminista Emma
Waston, por qué? ¿Por qué hablan de feminismos ligth, descafeinados, burgueses,
coloniales, por qué? ¿Por qué compañeras?
No
(re)escencialicemos la lucha y los pensamientos feministas, nunca más! No
creamos que los discursos feministas son exclusivos de pronunciar por unas “pocas
voces privilegiadas”. Mientras haya una mujer, un hombre, un ser humano que se
pare con voz temblorosa o consistente a hablar de feminismos, habremos ganado!
Mientras denunciemos, desde cualquier trinchera, las desigualdades sexuales y
de género, habremos ganado! Mientras tengamos la valentía de abrir la boca para
decir soy feminista, habremos ganado! Porque los feminismos no son solo para “sabiondas”,
no son solo para mujeres “realmente”
comprometidas (¿qué es “realmente” el compromiso político”?). Dejen de poner adjetivos
“peyorativos” a los feminismos, porque eso simplemente no va! Analíticamente
podemos hacer fuertes críticas a distintas pensadoras/es y perspectivas
feministas, pero políticamente los feminismos siempre serán transformadores,
siempre! Los feminismos no son el monopolio
legítimo de los discursos de “unas/as cuantas/as”. Por mi parte gracias Emma
Watson por dejarme oírte. No, no eres solo esa chica de “Harry Potter”. No, no eres
solo la imagen del perfume que tanto me gusta. No, no solo eres graduada en
literatura inglesa en Brown University. Tampoco me representas ni representas necesariamente
mi postura feminista. Pero siempre me alegra cuando una mujer se asume como
feminista. Me alegra porque recuerdo mis propios miedos por decir “sí, soy
feminista y qué!”... Porque esos miedos no son otra cosa que un velo de
ignorancia que no nos permite comprender la desigualdad social, aunque la
vivamos cotidianamente.
NOTA:
Este blog lo dedico a mi feminista favorita: mi hija Renata. Una vez, no hace
mucho, me preguntó confundida: “¿Mami, no es cierto que yo soy feminista?” ¿Qué
es ser feminista, le respondí?”. Ella me dijo: “Creer que las mujeres somos
iguales a los hombres y que podemos hacer todo lo que ellos hacen, como jugar
fútbol. Es creer que todos somos iguales”. “Ahí está la respuesta”, le dije. Ella
no es Simone de Bauvoir, ni Gloria Anzaldúa, ni Emma Watson, pero sí que sabe
de justicia!