miércoles, 18 de octubre de 2017

Desde mi trinchera



Desde mi trinchera

Sofía Argüello Pazmiño

El sociólogo Jeffrey Weeks construyó una valiosa categoría de análisis, la de momento político del sexo. Durante mi trayectoria académica, he investigado los procesos de politización del género y la sexualidad identificando, precisamente, cómo se han producido históricamente momentos políticos del sexo. He podido rastrear cómo se han politizado las luchas, cómo se han politizado identidades, cómo se han interpretado y construido las prácticas y los discursos políticos de los actores sociales, cómo se han consolidado las dinámicas estatales en torno al sexo. En estas búsquedas, los hallazgos no han sido solo académicos sino también, y sobre todo, han sido aprendizajes políticos.

En Ecuador, en otros países de la región y a nivel mundial, se han estado produciendo avalanchas conservadoras y reaccionarias que han desatado y siguen desatando shocks morales sobre lo permitido, lo aceptado, lo correcto, lo prohibido de la sexualidad y de las relaciones entre hombres y mujeres. Con el slogan de “combatir la ideología de género” varios actores sociales han desacreditado las históricas y sustanciales luchas de las mujeres, de las organizaciones LBGT, de los movimientos feministas, de las feministas. Han promovido espacios de discriminación y odio, han invisibilizado la diversidad de los modos de vida, han demarcado las agendas políticas y sociales de los Estados, han reproducido las desigualdades, han fortalecido los fundamentalismos religiosos, han suscitado espejismos sobre la trayectoria crítica de las teorías feministas, entre otros tantos efectos.

Frente a esta avalancha de agrupaciones, organizaciones y agendas conservadoras, y frente a los mecanismos organizativos y políticos que de ahí se desprenden y edifican, quienes estudiamos la política de la sexualidad y las relaciones de género, y quienes creemos -en términos políticos- en la justicia social y en la justicia sexual (este último término  construido analíticamente por Gayle Rubin), estamos llamados a disputar los sentidos interpretativos a través de los cuales se va consolidando y reafirmando aquello que muy acertadamente Foucault llamó la verdad del sexo. Porque lo que precisamente se combate, se debe combatir -en las aperturas y cierres de las estructuras de oportunidades políticas- son los sentidos comunes, las verdades funcionales a lógicas de poder, que rigen las formas de entender y vivir la sexualidad y las relaciones sociales entre los sexos. Suena sencillo pero no lo es.

Primero, nos enfrentamos a una estampida reaccionaria de múltiples actores que tienen claro -en esta coyuntura- que el problema es el espectro de “la ideología de género”. Con la frase “ideología de género” se invisibiliza la complejidad, se demarca simbólicamente un campo en disputa. Se instaura un pánico moral en contra de posiciones progresistas.

La “ideología de género” es el “problema” de la violencia hacia las mujeres. La “ideología de género” es el “problema” del fomento de la educación sexual “pervertida”. La “ideología de género” es el “problema” de la homosexualidad. La “ideología de género” es el “problema” de la “desintegración familiar”. La “ideología de género” es el “problema” de la “promoción” del aborto”. La “ideología de género” es el “problema” de las nuevas paternidades. La “ideología de género” es el “problema” del Estado que intenta promover derechos. La “ideología de género” es el cuco de la sociedad.

Pero nosotras, quienes creemos en la justicia sexual, debemos disputar esos sentidos. Interpelar. Debemos tener claro quiénes son los actores y las voces que promueven estas arremetidas en contra de las agendas progresistas forjadas en años de luchas. Y no solo que debemos mapear contra quiénes estamos combatiendo, sino reflexionar fuertemente qué estamos haciendo, cómo estamos construyendo conocimiento, agendas y alianzas.

Segundo, nos enfrentamos a desmitificar un gran fantasma: el fantasma del feminismo, que aparece como el espectro de la “ideología de género” o del género, a secas. Debemos, una vez más, reivindicar al feminismo, y buscar llegar con esta agenda a un público amplio, diverso. Lo hemos hecho. Lo tenemos que volver a hacer. Hay que buscar una base societal sólida a quien interpelen y lleguen los postulados teóricos y políticos feministas, que muchas de nosotras hemos masticado por años. Las feministas podemos llegar a ser muchas, sí, pero ¿cómo estamos construyendo lo que Weeks denomina momentos de transgresión?  ¿Cómo estamos desmitificando al gran fantasma? ¿Quiénes son o deberían ser nuestros interlocutores antagónicos y nuestras redes de base? En este punto las estrategias no son simples. El fantasma del feminismo, vestido de “ideología de género”, deambula por el Estado, ronda por las universidades, vive en las iglesias, pasea libremente por los medios de comunicación, se reproduce a nivel transnacional y, por supuesto, legitima las desigualdades sociales y mantiene su desigual esquema de estratificación sexual. Hay que exorcizar ese fantasma, y mostrar su rostro incluyente, firme, pero orientado a la justicia y a la garantía y extensión de derechos.

¿Qué hacemos? Podemos tratar de subvertir los órdenes microsociales a través de instaurar una pedagogía feminista en nuestras casas, con nuestros/as hijos/as, con los miembros de nuestras familias ampliadas, con nuestros estudiantes, con nuestros amigos, con nuestras colegas. Podemos tratar de subvertir el orden construyendo organizaciones que promuevan la justicia. Podemos realizar lobby político con actores y estancias estatales. Podemos llegar a ser decidoras de política pública. Podemos aparecer en los medios de comunicación, podemos salir a protestar en marchas, podemos realizar investigaciones rigurosas, podemos enrojecernos de la ira y enceguecernos por no saber cómo entender qué demonios pasa con el mundo, y aun así, no será suficiente. El estigma contra el feminismo seguirá rondando, y aparecerá como un malicioso espíritu enmascarado en la “ideología de género”, capaz de minar la cohesión social y con pretensión de clausurar y minimizar agendas contra la violencia, contra la exclusión, contra la discriminación. Para desmitificar el feminismo -los feminismos-, revalorizarlo y entenderlo como una ética política en torno a la justicia, el camino aún sigue siendo sinuoso. Y los espacios para ello deben ser, como siempre, abiertos.


Finalmente, quiero situar la exposición de las puntualizaciones anteriores en el marco del panel  “Género, desmitificación y parentalidad: complejizando el debate” que se realizará en Flacso-Ecuador el próximo 25 de octubre y al cual he sido invitada. La difusión e invitación al panel provocaron varias posiciones encontradas que no las voy a detallar aquí, pero que ejemplifican el agudo campo conflictivo en torno a los momentos políticos del sexo que estamos viviendo en Ecuador y cuyos ecos recorren América Latina. Acepté la invitación y participaré en el evento porque considero importante debatir, disputar, analizar. Como socióloga, como feminista, como ciudadana, me veo avocada a desmitificar el fantasma del feminismo, desde mi trinchera.

Referencias:
Foucault, Michel, 2007, “El sexo verdadero”, en Foucault, Michel, Herculine Barbin. Llamada Alexina B., Talasa, Madrid, pp. 9-20.

Rubin, Gayle, 1989, “Reflexionando sobre el sexo: notas para una teoría radical de la sexualidad”, en Vance, Carole (comp.), Placer y peligro. Explorando la sexualidad femenina, Revolución, España, pp. 113-190.

Weeks, Jefrey, 2002, “The Sexual Citizen”, en Ken Plummer, editor, Sexualities. Critical Concepts in Sociology, Vol. IV, Routledge, New York, pp. 363-381